Mi padre se fue de la iglesia por unos pantalones vaqueros
7 de junio de 2017 | Mayagüez, Puerto Rico | Kermyt Torres Castellano, según se lo contó a Andrew McChesney, Misión Adventista
Mi padre creció en un hogar adventista en Puerto Rico, pero dejó la iglesia cuando criticó a su novia por usar pantalones vaqueros para ir a la iglesia.
En esa época, mi padre tenía 19 años, y apareció el sábado con mi futura madre, que pertenecía a otra religión. Mi padre se puso furioso cuando alguien le dijo que mi madre no estaba vestida en forma adecuada, y abandonó la fe.
Crecí en el hogar de un agente de policía. Mi padre era un policía grande y musculoso, integrante de las SWAT, y se creía Superman. Le gustaba pelear, fumar y beber alcohol. Solía decirnos a mi hermano y a mí: “Solo los más fuertes sobreviven en la calle. Necesitan ser fuertes para sobrevivir”.
Pasaron los años, y mis padres se separaron. Cuando mi padre tenía 45 años, fue hospitalizado en estado de gravedad. El médico dijo que sus intestinos se estaban descomponiendo, como probable resultado de un indeficiente estado de vida, y que necesitaba quitarle tres metros de intestino.
Mientras se recuperaba de la cirugía, mi padre sufrió fallas respiratorias y no podía respirar. En 45 segundos, la vida le pasó delante de sus ojos como una película. Vio sus pecados y las muchas veces que había rechazado los intentos de Cristo de alcanzarlo. Se vio sobrecogido por el miedo respecto del futuro. En ese momento, sintió que dos grandes manos lo tomaban desde arriba, y escuchó una voz que le decía: “No te preocupes. Estás en mis manos”. Al instante, comenzó a respirar otra vez.
Mi padre entregó su vida a Cristo y regreso a la Iglesia Adventista después de salir del hospital. Pero estaba preocupado por sus dos hijos. Elevó una oración: “Tú me has salvado pero, ¿qué pasará con mis hijos?”
Por entonces, yo tenía 27 años y era un camionero que fumaba, bebía y era adicto a la cocaína y la heroína. Mi hermano adoraba al diablo. Se vestía de negro y se pintaba los labios, las uñas y los ojos de negro. Tenía 32 piercings en su rostro. Pintaba las paredes y el cielo raso de su habitación de negro, y mientras dormía escuchaba música heavy metal.
Mi padre procuró darnos estudios bíblicos a mi hermano y a mí, pero nosotros no estábamos interesados. Él se sentía cada vez más frustrado, porque nosotros rechazábamos sus esfuerzos de presentarnos a Jesús. Cambió su enfoque, sin embargo, después de leer Isaías 49:25, donde el Señor dice: “Yo defenderé tu pleito
y salvaré a tus hijos” (NRV95).
Mi padre decidió colocar a sus hijos en las manos de Dios.
No conocía a Dios, y no sabía que mi padre estaba orando por mí. Pero poco tiempo después, me sucedió algo extraño. Un viernes, me encontré con amigos, y pasamos el fin de semana yendo de club en club, de fiesta, como lo hacíamos cada fin de semana. Cuando regresé a mi casa el lunes, sentí un profundo rechazo por mi estilo de vida, y sentía anhelos de una vida mejor. A las 11.00 oré: “Señor, necesitas hacer algo con mi vida, porque voy a morir en la calle, o una chica me va a contagiar de alguna enfermedad”.
No sé lo que Cristo hizo en mí, pero a la mañana siguiente, me sentí diferente. Perdí todo deseo de consumir tabaco, alcohol o drogas. Solo quería servir a Cristo. Jamás toqué otra vez esas sustancias.
Pasaron diez años. Ahora tengo 39 años, y soy pastor adventista en Puerto Rico. Estoy casado con una mujer adventista maravillosa, y tenemos cinco hijos. Mi hermano está sirviendo a Dios en una iglesia adventista en la ciudad de Boston, en Estados Unidos, y hace cinco años, tuve el privilegio de bautizar a mi madre.
Mi padre, que se volvió a casar, sigue siendo un fiel adventista en Puerto Rico.
Hace mucho tiempo, mi padre y yo solíamos bromear que cuando yo creciera, iríamos a los clubes para beber juntos. Pero ahora vamos juntos a la iglesia.
Si Cristo puede hacer eso con nosotros, él puede hacerlo con todas las personas.
Kermyt Torres Castellano tiene 39 años y ha sido pastor por siete. Ahora está cursando una maestría en teología en la Universidad Adventista de las Antillas en Mayagüez, Puerto Rico. Parte de la Ofrenda del Decimotercer Sábado del primer trimestre de 2018 ayudará a que la universidad construya un centro de influencia y un centro de evangelismo para alcanzar a la comunidad local.